Los mapae mundi, desde su propósito original de designar y dibujar la tierra y los mares -casi una nueva denominación física-, durante muchos siglos frecuentaron los confines entre lo conocido y lo desconocido, entre lo visible y lo invisible, entre lo natural y lo maravilloso. (...) Dar un nombre a lo que no lo tiene porque es desconocido, cercar lo ilimitado, disponer de un orden espacial y geométrico lo misterioso y seguir ofreciendo, todavía, una tierra a lo monstruoso y un cielo a la divinidad de los cuerpos astrales, significaba buscar seguridades anteel pavor provocado por lo insondable. Y significaba dar cabida a lo fabuloso en un dibujo y señalar también dónde se extienden los reinos de lo inexplorado.
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